“Más allá de Gor, había una ciudad. Todos sus habitantes eran ciegos. Un rey con su cortejo llegó cerca del lugar, trajo su ejército y acampó en el desierto. Tenía este rey un poderoso elefante que usaba para atacar e incrementar el temor en la gente.
La población imaginó de mil formas al elefante y algunos salieron desesperados a buscarlo.
Tantearon al animal para obtener información. Cada uno creyó que sabía cómo era...
Volvieron a la ciudad y a su alrededor se reunieron impacientes grupos que preguntaban por la forma y aspecto del elefante.
Al preguntar por la natruraleza del elefante, uno de los ciegos (que había tocado la oreja), dijo: "Es una cosa rugosa, grande, ancha y gruesa como una alfombra". Pero otro de ellos dijo: "No!!!...yo lo conozco mejor. El elefante es un tubo flexíble y hueco". Y el tercero, que había tocado las patas, afirmó: "Eso no tiene nada que ver con la realidad, el elefante es firme y poderoso como una columna maciza". Cada uno había palpado solamente una parte de las muchas.... ninguno conocía la totalidad.
El problema es que no podían conocer... ¿por ser ciegos?”
Siempre me gustaron las historias, sobre todo aquellas que empiezan con “Había una vez…” o “En un lugar muy lejano…” Cuando era chiquita repartía el tiempo en hacer muchas macanas, jugaba a la pelota, a la mancha y con los amigos del barrio en una esquina, bajo la sombra de un frondoso eucaliptos, pero como toda nena tenía mis momentos de juego donde hacía algo tan primitivo e instintivo como cuidar a mi familia; no era una familia como las de ahora, era una de las de antes, si, esas que tenían muchos hijos.
La mía estaba integrada por mi esposo, como no me gustaba la idea de ser una madre sola y mi hermano más grande no tenía mucho tiempo para jugar, elegí como marido al perro, el pobre Duque al principio no estaba muy contento con el juego y la corbata, pero después descubrió la leche con vainillas y se convirtió en un excelente marido durante muchos años. Y acá llegamos a la presentación oficial de mis hijos, por que no tenía ni uno, ni dos, yo tenía seis y todos eran varones, nunca entendí por que, pero siempre decía que cuando sea grande tendría seis hijos varones, en mi mundo ideal, no había lugar para las nenas, por que las veía como seres que sufrían o vivían una vida estática, por que a mi me pasaba eso, consideraba que el tiempo del que disponía para jugar se acortaba con las sesiones de baño y peinado con las que me torturaban, estaba bastante cansada del: “Hay que estar arreglada y linda por si viene alguien” pero esa eran neuras de mis tías, lo mío era mi familia ficticia, de todos mis hijos al que recuerdo con mayor cariño y guardo en un cajón es a Lisandro, un bebe de plástico, de los de antes, con el pelo ensortijado y con forma de casco, con esos rulos que no se podían peinar pero si acariciar, mi bebe no tenía ojos, nunca supe como los había perdido, cuando me lo regalo la abuela, hacia muchos años que estaba en la familia, ya no tenía sus ojitos, no me parecía raro que le faltaran, con ese tema nunca tuve problemas, siempre acepte a los demás como eran y sin cuestionar nada.
Como mi hijo no tenía ojos se merecía tener un nombre que lo acompañe hasta la inmortalidad, que le encendiera la vida y le iluminara el rostro. Y fue así, que un día escuche la historia de los troyanos, donde el príncipe Héctor tenía un soldado llamado Lisandro; nunca supe que significaba el nombre, solo repetía que cuando fuera grande y tuviera a mi primer hijo le pondría; Lisandro.
Pasaron los años y nunca oculte el sueño de tener una familia numerosa, el único detalle es que siempre aclare que todos mis hijos serían varones, no soportaba la pregunta: ¿Y si tenés una nena, que nombre le vas a poner???Y yo que contestaba: No, sé, cuando llegue el momento lo voy a decidir.
Crecí esperando a Lisandro, me enamoré y desenamore varias veces, hasta que un día casi por casualidad di con el hombre que me está acompañando en esta búsqueda, llevamos muchos años juntos, todos buenos, con algunos detalles malos, pero nada que no se pueda superar. Todavía me acuerdo cuando le plantee el tema de los hijos y el primer nombre que tenía decidido para bautizar al primogénito, me miro y con firmeza me dijo que a él le gustaba el nombre de Salvador, eso me causo cierta incomodidad, tome conciencia de que para poder llevar adelante una relación con el flaco tendría que comenzar por ceder terreno en algunas cuestiones, eso era todo un problema, por que todavía recordaba como mi primer marido, aquel que me acompaño durante la infancia aflojaba ante un plato con leche y galletitas. La tarea con “este” seria un poco más complicada, pero de una u otra manera llegaría a cumplir mi sueño.
La línea histórica de nuestra vida seria más o menos así, nos conocimos comenzamos a salir, nos fuimos de viaje, nos pusimos de novios, seguimos viajando, volvimos a viajar, nos separamos, nos reconciliamos, nos fuimos de vacaciones, nos fuimos a vivir juntos, nos casamos y comenzamos a buscar a Lisandro, siempre en el medio tuvimos el tira y afloje con respecto a los nombres que si Salvador, que si Lisandro y así de ida y de vuelta; hasta que un día nos iluminamos y decidimos buscar el significado de los nombres elegidos por cada uno de nosotros. Lo que descubrimos fue algo que nos dejo mudos, y eso que para que nosotros nos quedemos sin palabras debe ser algo muy importante, lo que descubrimos es lo siguiente…..
